La actividad agrícola aparece tan pronto como los seres humanos comienzan a adoptar modos de vida sedentarios que requieren del trabajo de la tierra para garantizar un sustento estable. Con el paso del tiempo, lentamente, comienza a hacerse patente la necesidad de herramientas y se producen importantes avances como la domesticación de ciertos animales que terminan por ser utilizados como fuerza de tracción. Desde este punto, la continua evolución de la maquinaria agrícola ha estado siempre supeditada a factores como el crecimiento de la población y su demanda de alimento, el tipo de cultivo, las diferentes condiciones meteorológicas, las características de los suelos o las innovaciones tecnológicas a lo largo de la historia.
El tractor entra en escena
Para conocer los orígenes del tractor tenemos que remontarnos a finales del siglo XIX, en plena Segunda Revolución Industrial. Podemos fechar en 1858 el nacimiento de esta máquina, cuando J.W. Fawkes adapta un motor de vapor a un apero de labranza y consigue arrastrar ocho cuerpos de arado a través de un terreno cubierto de césped. A partir de este momento comenzarán a aparecer nuevas máquinas que, si bien resultaban funcionales, adolecían de un excesivo peso y un difícil manejo derivado, en la mayoría de los casos, de una inadecuada tracción.
Durante la segunda mitad del mismo siglo, Nicolaus Otto había conseguido desarrollar con éxito el motor de combustión interna, pero no fue hasta 1886, fecha en que su patente se liberalizó, cuando este ingenio pasó a ser de dominio público. Así, en 1892, el inventor estadounidense John Froelich desarrolló con éxito un nuevo modelo de tractor con motor de gasolina que aumentaba considerablemente su rendimiento y funcionalidad mientras reducía la probabilidad de accidentes. Pese a las evidentes ventajas competitivas, los nuevos modelos a combustión convivirán durante largas décadas con el por entonces ya casi obsoleto motor de vapor.
Crecimiento y consolidación
Ya entrado el siglo XX, el tractor comienza a consolidarse como una herramienta imprescindible para el desarrollo de la actividad agrícola y aparecen modelos más ligeros y manejables. En 1911 tiene lugar en Omaha la primera exhibición de tractores, acontecimiento de gran relevancia que provocó, a medio plazo, la aprobación en 1919 de la ley de pruebas de tractores del Estado de Nebraska. Esta normativa obligaba a los fabricantes a probar sus propias creaciones y a hacer públicos los resultados de dichas pruebas. Además, estos debían garantizar una cantidad determinada de repuestos agrícolas disponibles y asegurar a sus clientes un sistema eficiente de distribución de los mismos.
Esta primera normativa sienta las bases de un sólido corpus legal que se extiende rápidamente por los principales países industrializados. Prueba de ello es el establecimiento de una clasificación mundial de tractores. La gran cantidad de normas que surgen durante las primeras décadas del siglo XIX contemplan también graves sanciones y la retirada del mercado de sus productos para aquellos fabricantes que no las cumplan. Se genera así una fuerte competencia entre compañías que incide directamente en un aumento exponencial de la calidad de los nuevos modelos fabricados a partir de entonces.
Hacia el tractor contemporáneo
Podemos afirmar que a partir de la tercera década del siglo XX el tractor se encuentra ya completamente consolidado en el mundo agrícola. En 1919 aparece la toma de fuerza. Durante la década de los años 20, el tractor para todo propósito es ya una realidad. En los años 30 se desarrolla el motor diesel, comienzan a instalarse los primeros sistemas eléctricos, aparecen las llantas de caucho y nacen los primeros modelos con varias velocidades.
A partir de este momento, las innovaciones técnicas se suceden a un ritmo vertiginoso hasta llegar a nuestros días, momento en el que parece imposible imaginar el trabajo agrícola sin la presencia del tractor.