Según una de las múltiples acepciones que ofrece la Real Academia Española, el suelo es el “Conjunto de materias orgánicas e inorgánicas de la superficie terrestre, capaz de sostener vida vegetal”. Partiendo de esta definición, parece lógico pensar en él como el elemento principal del desarrollo de cualquier actividad agraria. El análisis de suelos agrícolas es una herramienta fundamental para el resultado de la actividad profesional de un agricultor.
Las diferentes condiciones geológicas y meteorológicas van a determinar siempre el progreso de los diferentes suelos. Así, la cantidad de lluvia, la aridez del terreno o la propia composición de la roca madre de la que deriva un suelo son algunas variables a las que hay que sumar las alteraciones provocadas por la microfauna que habita en él. El conocimiento de las características intrínsecas de cada parcela resulta imprescindible para determinar su fertilidad, sus nutrientes y otros datos relevantes que garanticen un trabajo óptimo.
Para llevar a cabo un buen análisis de suelos agrícolas hay que tener en cuenta algunas consideraciones previas. En primer lugar, la cantidad de terreno a analizar debe de ser realmente representativa de la parcela. Se recomienda recoger muestras de diferentes partes que, en conjunto, supongan entre un 15% y un 20% del terreno. En cuanto a la profundidad de la muestra, esta no debe de ser muy superficial, pero tampoco hace falta que se localice por debajo de 40 o 50 centímetros en la mayoría de los casos. Una buena definición de los problemas potenciales de cada terreno nos ayudará también a determinar qué variables debemos analizar o qué propósito debe de tener el análisis de suelos. Asimismo, los resultados obtenidos pueden ayudarnos a elegir correctamente la maquinaria y los recambios agrícolas con la que operar.
A la hora de realizar un estudio de las características del suelo, podemos observar diferentes tipos de parámetros. En función de la variabilidad de los mismos, estos pueden ordenarse en dos grupos bien diferenciados.
Parámetros no variables
Esta primera categoría incluye aquellos aspectos que no tienen por qué variar con el tiempo. Dentro de ellos, tenemos que mostrar especial atención a los siguientes:
- La textura del suelo determina qué partículas de diferente tamaño están presentes en él. En función de si un suelo resulta más o menos arcilloso, arenoso, limoso o franco, se puede determinar, por ejemplo, las estrategias de riego que requiere.
- El nivel de pH es el responsable de muchos de los procesos químicos que se desarrollan en un suelo. El pH mide la acidez o alcalinidad del terreno, valores que pueden afectar a la presencia de nutrientes o al crecimiento de los cultivos.
Parámetros variables
La conductividad eléctrica o los nutrientes del suelo son algunos de los factores que conviene analizar de manera periódica dada su variabilidad.
- La conductividad eléctrica del suelo nos va a indicar cuál es su nivel de salinidad. Este punto aporta información relevante sobre qué tipo de riego conviene a cada suelo.
- El potasio es un macronutriente capaz de marcar el dulzor de una fruta o la lignificación de los cereales. Resulta fundamental para lograr una buena calidad en la cosecha.
- Otro macronutriente a tener en cuenta es el fósforo. Su nivel puede verse determinado por factores como la humedad o la temperatura, por lo que su interpretación resulta a veces compleja y depende de las zonas o tipos de cultivo.
- El nitrógeno es sin duda el principal nutriente del suelo. Se encuentra presente en diferentes formas y puede ser amonial o nítrico. Este segundo, que es el que resulta directamente asimilable por las plantas, es imprescindible en una medición de suelos eficiente. La cantidad de nitrógeno es muy variable y depende de factores como la lluvia o la fertilización del suelo.
Un buen análisis de suelos es, en definitiva, un instrumento de gran utilidad para conocer a fondo cualquier explotación agrícola y rentabilizar su producción.