Durante los últimos tiempos se ha hablado mucho sobre la crisis que afecta a gran parte del sistema agropecuario europeo y que resulta especialmente virulenta en determinadas áreas como el levante español o gran parte de Andalucía. Lo cierto es que el modelo tradicional está mostrando síntomas de agotamiento que han derivado en un estado de preocupación constante por parte los profesionales del sector, que ven cómo día tras día tienen que hacer frente a factores como situaciones climáticas complejas o nuevos competidores profesionales.
Aunque esta situación es extensible a todo el territorio español y parte de la Comunidad Europea, existen regiones como Almería cuya huerta puede considerarse como un paradigma de este malestar generalizado.
Cambio climático y otros factores determinantes
Entre los factores que más inciden sobre esta situación, muchas voces señalan al cambio climático. Las variaciones en la temperatura media y en la duración de las estaciones son las responsables de variaciones en la producción. Así, los veranos cada vez más largos y las temperaturas cálidas en épocas tradicionalmente más frías provocan una sobreproducción que resulta difícil de controlar. Este producto sobrante es una de las causas de las alteraciones en los precios del mercado, que terminan por afectar a muchos trabajadores del sector.
La competencia desleal como primer factor de la crisis
Pero si el cambio climático es una causa a tener en cuenta, existe otra que la mayor parte del sector ve como el principal factor de malestar. Se trata de la liberalización del mercado europeo, que ha permitido una situación que la gran mayoría de profesionales describen como de competencia desleal. La importación de hortalizas desde países extracomunitarios como Marruecos ha crecido exponencialmente en los últimos años hasta alcanzar niveles que rozan niveles estratosféricos en algunas regiones como Andalucía, que solamente en 2018 fue receptora de más de 62 mil toneladas de producto proveniente de este país.
Este aumento de la importación está en parte condicionado por las exigencias de grandes cadenas comerciales europeas, que ven en la entrada de este producto más económico una manera de ahorrar costes. Por norma general, estos países exportadores cuentan con un coste de mano de obra inferior al de la Unión Europea y, al mismo tiempo, se ven beneficiados por unos requisitos de calidad menores que los que afectan a la producción europea. El resultado, obviamente, es una situación de desigualdad que afecta principalmente a muchos productores europeos.
Los agricultores demandan soluciones
Numerosas asociaciones europeas se han puesto en pie durante los últimos meses para exigir medidas que reviertan esta situación. Entre las principales propuestas se encuentra el establecimiento de tasas arancelarias y de un límite en la cantidad de productos que los países extracomunitarios puedan exportar, así como el establecimiento de unos precios mínimos que la Unión Europea pueda pagar por estos productos venidos de fuera de sus fronteras. También se ha hablado del establecimiento de un fondo específico para gestionar posibles crisis en el sector y de la posibilidad de crear mecanismos oficiales que regulen las imposiciones de las grandes cadenas comerciales.
Sea como sea, lo cierto es que el modelo agrícola parece estar pidiendo a gritos una reforma que conduzca poco a poco a nuevos paradigmas de producción, distribución y consumo.