¿Cómo era la agricultura en el Imperio romano?

La agricultura fue uno de los principales pilares económicos de la antigua Roma. Junto a la ganadería, la actividad agrícola fue evolucionando a lo largo de los siglos desde una labor pesada, familiar y con escasos recursos tecnológicos hasta adoptar modelos latifundistas y feudalistas que se extendían por todos los territorios del Imperio romano.

Evolución de la agricultura en el Imperio romano

Durante los primeros años de historia del imperio, los campesinos poseían la tierra en usufructo. Estas tierras, llamadas heredium, contaban con una extensión aproximada de 5400 metros cuadrados y se completaban con otras infraestructuras como la casa, las cuadras o las tierras de pasto. La riqueza de los primeros campesinos romanos se medía en rebaños. Se trataba, por lo tanto, de pequeños modelos de explotación familiar con un escaso nivel de tecnificación, dedicados principalmente al cultivo de cereales y leguminosas y cuyo excedente acostumbraba a venderse en las ciudades.

Con el paso del tiempo, la expansión del Imperio romano provocó alteraciones en este sistema. Los campesinos se vieron sometidos a servicios militares cada vez más largos y a campañas bélicas más frecuentes. La consecuencia de esto fue la aparición de un nuevo modelo agrícola en el que el trabajo físico era realizado por esclavos y extranjeros. Poco a poco, la aristocracia comenzó a atesorar tierras y los primeros latifundios agrícolas ganaron peso conforme Roma expandía su área de influencia. Nace así un sistema de corte feudalista que provoca una ruralización progresiva por la que las villas del imperio aparecen como estructuras autosuficientes al margen de las ciudades. Este modelo se convertirá en el imperante y sobrevivirá incluso a la caída de Roma.


Imperio romano

La conquista de nuevos territorios fue la principal fuente de tierras del imperio Romano. Siempre que una región era sometida, un tercio de sus tierras pasaban a manos de ciudadanos romanos que se asentaban en calidad de colonos. Los dos tercios restantes, además, debían ser cultivados por la población vencida para contribuir a las cargas como propietarios no ciudadanos. Esta expansión territorial también favoreció la exportación e importación de productos entre los diferentes territorios del imperio.

Nivel tecnológico y variedad de productos

En un primer momento, los cereales eran la base de la agricultura romana. Sin embargo, con el paso del tiempo y la expansión del imperio fueron adoptándose especies propias de otras áreas y desarrollándose otros cultivos tan importantes en el área mediterránea como la vid o el olivo. Gracias a esta extensión, se obtuvo la famosa triada mediterránea, formada por el trigo, la vid y el olivo, tres especies con las que se elaboran tres de los productos más representativos de esta zona: el pan, el vino y el aceite de oliva.

Como ya se ha comentado, en un principio la agricultura romana estaba sometida a un sistema marcado por la pobreza tecnológica. Pero con la evolución de los modelos económicos surgidos a partir de la adhesión de nuevos territorios, los romanos vieron como al uso de su famoso arado de tracción animal se unían otras innovaciones técnicas como una mejora sustancial en los sistemas de regadío, el uso de abonos o la evolución de los molinos y de las prensas de aceite, por citar algunos ejemplos.

En parte, la agricultura del antiguo Imperio romano fue heredera de las innovaciones creadas por otras civilizaciones. Una de sus principales novedades, no obstante, fue la definición de un nuevo modelo económico en el que el control de grandes extensiones de tierra cultivable ocupaba un papel fundamental.

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