Aproximadamente, tres cuartas partes de la superficie terrestre están ocupadas por agua marina. La composición de este elemento presenta una densidad de minerales notablemente superior a la dulce que, en su estado natural, la hace totalmente inservible para el riego. No obstante, desde hace unos años las técnicas de desalinización han ido perfeccionándose hasta el punto que el agua procedente del mar se ha convertido en un importante recurso para el riego en varias zonas del planeta. La obtención de agua dulce a partir de agua salada supone así una solución real frente a la escasez de recursos hídricos. Su permanente disponibilidad garantiza además un suministro estable.
Entre todos los métodos empleados para lograr la desalinización, la ósmosis inversa es sin duda el más popular debido a su gran eficiencia y la menor cantidad de gastos implicados. Sin embargo, el resultado de este proceso es un agua con tan baja cantidad de sal que ni siquiera es recomendada para el consumo humano. A grandes rasgos, esta agua presenta unos contenidos mínimos de calcio, magnesio y sulfato a la vez que cuenta con una alta concentración de boro e iones de cloro y sodio. Aplicada a la tierra, esta resulta también ineficaz y puede ser la causa de daños en los sistemas de riego, ya sea por corrosión del metal o por acumulación de cal en los conductos.
La solución más habitual a este problema viene de la mano de la remineralización, o aporte de cierta cantidad de minerales a estas aguas osmotizadas. Este procedimiento, habitual por lo general en todas las plantas desalinizadoras, estabiliza las propiedades del agua hasta hacerla definitivamente apta para el riego. Otra técnica empleada para alterar los niveles salinos del agua es mezclarla con otras aguas o con fertilizantes que puedan aportarle los minerales necesarios.
Luces y sombras de la desalinización
En la actualidad, la agricultura es la actividad humana que mayor cantidad de agua dulce consume, por lo que la obtención de agua para el riego es la principal beneficiaria del proceso de desalinización. Países como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Israel, Chile o incluso los Estados Unidos de América han destinado numerosos recursos para la implantación de plantas desalinizadoras que contribuyan a reducir su déficit hídrico o, al menos, el de algunas de sus zonas más áridas. Los beneficios de la implantación de estas estaciones son, por lo general, más que notables.
En la otra cara de la moneda, la conversión de agua salada en dulce también presenta varios inconvenientes. Tal vez el más evidente de ellos sea el elevado gasto económico que supone la puesta en marcha de una planta desalinizadora, tanto por sus costes de funcionamiento como por los derivados de hacer llegar el agua hasta su destino final. Pero también hay que tener en cuenta el impacto medioambiental que el funcionamiento de una estación de gran tamaño puede generar.
La desalinización de agua marina es sin duda una solución perfectamente viable frente a la escasez de recursos hídricos en muchas zonas del planeta. Su eficacia y alcance, o la conveniencia de su aplicación atendiendo a factores económicos, han sido causa para algunos intensos debates en los últimos años. Sin embargo, su aplicación con éxito en las costas de varios de los países más secos del mundo da a entender que prestar mayor atención al mar es una idea que, si bien puede resultar costosa, conviene tener en mente.
No hay que olvidar que sin agua no hay agricultura, ni maquinaria ni recambios para tractores que valgan.