El arado es uno de los instrumentos de trabajo agrícola más antiguos. Su presencia ya está documentada en la Mesopotamia del siglo IV a.C. y, aunque sus características técnicas han ido adaptándose al paso del tiempo, su función permanece prácticamente inmutable desde entonces. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, un arado es un “instrumento de agricultura que, movido por fuerza animal o mecánica, sirve para labrar la tierra abriendo surcos en ella”. Su objetivo final es facilitar la siembra mediante estos surcos que surgen tras remover el suelo.
Arado o no arado, esa es la cuestión
El uso del arado está sometido hoy en día a cierto debate sobre si su empleo es perjudicial o no para la tierra. Por un lado, sus defensores alaban la facilidad y conveniencia de su uso, además de otras propiedades derivadas como la mejora de la porosidad de la tierra. En el bando contrario, los detractores de su utilización abogan por no someter al suelo a intervenciones tan agresivas para no alterar su estructura natural. Estos últimos suelen alinearse a favor de prácticas como la siembra directa, una técnica que ha ganado numerosos seguidores desde su extensión a comienzos del siglo XXI.
Todo este debate deriva en diferentes modos de entender el trabajo en el campo y que pueden encuadrarse entre los partidarios arar el terreno mediante laboreo intensivo y los que optan por la siembra directa y por no intervenir sobre la vida y las condiciones naturales de la tierra. Entre medio se encuentran aquellos que únicamente labran superficialmente para llevar a cabo controles de malas hierbas o la aplicación de mantillo sobre el suelo, pero también los que prefieren trabajar en vertical mediante chisel o subsolador.
Características generales de los arados
A la hora de utilizar un arado hay que tener en cuenta diferentes puntos como el estado del suelo, que en todo caso debe tener unas características que permitan su deformación. Las condiciones del mismo, además, podrán determinar qué tipo de arado es más óptimo para el laboreo. No es lo mismo trabajar sobre un suelo repleto de piedras o raíces que sobre uno excesivamente suelto. Cada uno de ellos cuenta con unas características concretas que desviarán la balanza hacia la elección de un arado de discos o uno de reja, por ejemplo.
El tamaño del arado se mide en cuerpos y su extensión suele variar entre los 2 y los 20, aproximadamente. Estos cuerpos son las piezas que se acoplan sobre un eje horizontal y que inciden sobre la tierra en diferentes grados de superficialidad. Por norma general, los cuerpos de un arado pueden tener forma de reja o de disco, aunque existen otras variantes como las rejas verticales, que respetan más las condiciones edafológicas del terreno. En la actualidad existen modelos que permiten variar su longitud mediante mecanismos hidráulicos, aunque esto solo afecta a la distancia entre cuerpos, no al número de estos.
El empleo de un arado, además, supone un esfuerzo extra por parte del tractor que revierte en un aumento del gasto de combustible, tiempo y dinero. Por eso mismo, antes de decidir si utilizar un arado a o no, conviene conocer los diferentes tipos de maquinaria que existen así como el tipo de suelo propicio para trabajar con cada una de ellas.
El arado es una de las herramientas más comunes en la agricultura, pero su papel está siendo puesto en duda en favor de nuevas formas de trabajo. Antes de decidir si emplearlo o no, conviene conocer bien todas sus características, de qué modo puede afectar al suelo y los diferentes tipos que existen en la actualidad, que serán tratados en un próximo artículo.
Imagen central de Ib Aarmo, vía Flickr.