La irrupción de la máquina de vapor a finales del siglo XVIII supuso uno de los mayores avances industriales de la historia. Este nuevo mecanismo de fuerza motriz pronto se situó en el centro de casi todos los procesos productivos de corte industrial y cambió radicalmente los métodos de trabajo imperantes, así como la mentalidad y las costumbres que orbitaban en torno a ellos. La agricultura, sin embargo, tardó hasta mediados del siglo XIX en adoptar el vapor como fuerza tractora. Este proceso pudo desarrollarse gracias a la aparición del locomóvil, un nuevo vehículo que, entre otras cosas, estaba llamado a convertirse en el precursor del tractor tal como lo conocemos hoy en día.
Los primeros ejemplos de locomóvil
El locomóvil era una máquina de vapor montada sobre un chasis que transmitía energía a unas enormes ruedas mediante un juego de poleas y correas de transmisión. La idea de este tipo de vehículos encajó notablemente en determinadas áreas de Europa donde el ferrocarril todavía no se había extendido masivamente. España era uno de estos casos y así, en 1855, el inventor valenciano Valentín Silvestre presenta en Madrid su primer prototipo de locomóvil. Esta locomotora para caminos centró el interés de numerosos ingenieros europeos, que comenzaron a idear proyectos basados en ella. El mundo agrícola no tardó en ver las ventajas de aprovechar la fuerza tractora del vapor, aunque su aplicación práctica no fue tan rápida como su asimilación teórica.
Al año siguiente de la presentación del ingenio de Silvestre, el británico John Fowler creó un arado movido por dos locomóviles. Su idea permitía reducir notablemente la mano de obra y economizar determinadas labores de producción. Sin embargo, solamente algunas grandes empresas podían permitirse adquirir esta máquina e implantarla. En 1858, e inspirado sin duda por la presencia del locomóvil, el estadounidense J.W. Fawkes monta un motor de vapor sobre un arado con resultados bastante beneficiosos. Para muchos, el trabajo de Fawkes representa el nacimiento del tractor.
El extraño viaje de Pedro Ribera
Un episodio curioso tuvo lugar en 1860. Un ingeniero vallisoletano llamado Pedro Ribera decidió demostrar que la máquina de vapor podía ser realmente útil como transporte de mercancías debido a que los vehículos que se movían con su fuerza podían recorrer grandes distancias a través de terrenos donde el ferrocarril todavía no tenía presencia. Para ello, Ribera compro un locomóvil en Inglaterra y, tras adaptarlo a sus necesidades y bautizarlo como Castilla, emprendió en él un viaje entre Valladolid y Madrid que le ocupó un total de veinte días. El Castilla avanzaba a una velocidad de quince kilómetros por hora y consumía una carga de cincuenta kilos de carbón por hora. El viaje de Ribera fue todo un acontecimiento, como bien demostró la multitud agolpada en torno a la madrileña puerta de Segovia para presenciar su entrada en la capital el 18 de noviembre.
La aplicación del locomóvil en el campo
Pese al interés de numerosos visionarios como Silvestre, Fowler, Fowkes o Ribera, el locomóvil no conseguía encontrar su lugar entre la comunidad agrícola europea y americana. Estas máquinas resultaban costosas y, por el momento, la fuerza de caballos y bueyes pesaba más que la irrupción del vapor en el campo. Su mantenimiento, la falta de recambios agrícolas para sustituir piezas averiadas y otros factores similares también debieron de pesar en esta incertidumbre inicial. El locomóvil comenzó a emplearse en tareas como el encarrilamiento de vagones de tren o el arrastre de maquinaria pesada. Los propietarios de algunas grandes explotaciones campesinas lo usaban para mover determinados aperos como arados o trilladoras. Aun así, su uso no llegó a extenderse en un primer momento. La idea resultaba atractiva y los beneficios de su aplicación estaban claros; el problema principal venía derivado de los costes de su implantación, que solamente podían asumir los propietarios de grandes explotaciones.
Con el paso de los años la presencia del locomóvil fue haciéndose más habitual como mecanismo de tracción agrícola. Sin embargo, la necesidad de evolución de la industria mundial pronto dio como resultado el motor de combustión, que convivió durante un breve tiempo con los locomóviles hasta la completa desaparición de estos últimos.