La luz es uno de los elementos más importantes de entre todos aquellos que contribuyen al crecimiento y desarrollo de las plantas. Gracias a ella se desencadena el proceso de la fotosíntesis. Este proceso, en esencia, se activa cuando el dióxido de carbono y el agua reaccionan frente a la luz para generar los carbohidratos y el oxígeno que las plantas precisan para desarrollarse óptimamente. En última instancia, la efectividad de la fotosíntesis está directamente ligada a la calidad y cantidad de luz que recibe una planta.
De todo esto dependerá que las plantas crezcan desarrollando cultivos de calidad que darán sentido al trabajo agrícola; a sus técnicas, procesos, mecanismos y recambios para tractores.
La cantidad de luz: velocidad de la fotosíntesis
Cada especie vegetal es diferente entre sí, por lo tanto es de esperar que la fotosíntesis no sea igual para todas ellas. El comienzo de este proceso, por ejemplo, depende de la cantidad de luz que se reciba. Existe un punto donde las plantas comienzan a producir un volumen de oxígeno mayor al que necesitan para respirar. Este estadio supone el inicio de la fotosíntesis y se denomina punto de compensación de la luz. A partir de él, cuanta mayor sea la cantidad de luz absorbida, a mayor velocidad se producirá la fotosíntesis.
No obstante, este proceso gradual tiene un techo conocido como punto de saturación de la luz en el cual la fotosíntesis alcanza una velocidad máxima. Sobrepasado este punto, una mayor intensidad lumínica no supondrá ninguna influencia adicional en el desarrollo de la planta, pero este tampoco se verá afectado.
La cantidad de luz recibida por una planta no solamente tiene que ver con la intensidad de la misma; el número de horas diarias de exposición es también un factor a tener en cuenta. Comúnmente se denomina fotoperiodo a los cambios de iluminación que reciben las plantas, y existen especies que necesitan un mayor número de tiempo de exposición que otras para desarrollarse. De esta manera, por ejemplo, determinados árboles detienen su periodo de crecimiento durante las estaciones en las que la cantidad de luz que les llega no cubre sus necesidades. Atendiendo a este factor, las plantas pueden diferenciarse entre de días cortos, de días largos o neutrales, si estos fotoperiodos no afectan a su desarrollo.
La calidad de la luz
La luz puede catalogarse en tres tipos diferentes en función de su color o de su longitud de onda: ultravioleta, visible e infrarroja. De estas tres categorías, la visible es aquella que se sitúa en una longitud de onda de entre aproximadamente 400 y 700 nanometros (nm) y, como su nombre indica, resulta perceptible por el ojo humano. Esta luz, además, es beneficiosa para el desarrollo de las plantas.
La luz visible se divide en violeta, azul, verde, amarilla, naranja y roja. La primera de ellas la que cuenta con un mayor grado de energía, que desciende gradualmente hasta llegar a los 750 nm del límite inferior de la luz roja y a partir del cual puede comenzar a hablarse de luz infrarroja.
Como norma, a menor longitud de onda, mayor será la energía de la luz que llega hasta las plantas. Así, la luz azul es la más afectiva para la fotosíntesis y resulta especialmente importante para el crecimiento natural de las especies que la absorben. En el otro extremo se sitúa la luz roja, que contribuye notablemente al crecimiento del tallo, a la ramificación y al desarrollo de los frutos. Como curiosidad cabe mencionar a la luz verde; las hojas de las plantas la absorben en poca cantidad y devuelven al exterior una gran porción del total que es la responsable de su color.
La luz es en definitiva uno de los elementos que contribuyen en mayor medida al correcto desarrollo de las plantas gracias a la implicación que esta tiene en el desarrollo de la fotosíntesis.