En el mundo de la agricultura o la silvicultura, se conoce como residuos agrícolas a todos los desechos generados durante la realización de la actividad profesional. A lo largo del año, en España se generan cerca de treinta toneladas de estos residuos, y más de la mitad de ellos provienen de la poda de frutales o de cultivos como el de la vid, el del olivo o el de diversos cereales. Con el fin de evitar incendios u otros daños al medio ambiente, estos restos han de ser debidamente procesados.
Origen y variedad de los residuos agrícolas
Por norma general, los residuos del campo pueden venir de labores de limpieza o de los restos de los cultivos, pero también se generan a partir de labores forestales o por el trabajo de determinadas empresas de la industria agroalimentaria. En todo caso, su generación siempre está vinculada a entornos naturales. Según su naturaleza, los residuos pueden ser sólidos, como la leña o la paja, o líquidos, como es el caso de los purines. Sea como sea, tras la generación y recogida de estos elementos es conveniente realizar una buena gestión de retirada para evitar problemas medioambientales o con el fin de que no molesten o interfieran en las labores del campo.
Existe una gran variedad de residuos agrícolas, pero los más frecuentes son restos de cultivos o de poda, leña y rastrojos derivados de la limpieza forestal, plásticos y otros elementos de invernaderos, sacos y envases de cartón de productos fertilizantes, restos de productos fitosanitarios, purines, aguas de lavado o tuberías de drenaje y conducción de agua, por citar solamente algunos de ellos. En algunos casos, estos residuos pueden reciclarse o reutilizarse, pero lo más frecuente es que se deba proceder a su eliminación.
¿Por qué y cómo hay que tratar los residuos?
El hecho de no tratar estos residuos puede acarrear consecuencias perjudiciales como la atracción de plagas hacia los restos orgánicos abandonados. Por otra parte, una mala gestión sería la responsable de problemas medioambientales o de higiene pública, de emisiones en el caso de la quema o de contaminación de tierra o agua en el caso de vertidos no regulares.
En el caso de los residuos de cosecha, y para todo aquel que no sea susceptible de ser vendido, una buena alternativa es la reincorporación a la estructura del suelo. Esta práctica es además beneficiosa para el terreno, ya que añade un importante aporte nutricional además de colaborar en la retención de agua. Enterrar los restos de la cosecha en el suelo es una de las opciones más populares en la gestión de residuos agrícolas. Lo más recomendable es cortar la paja o el resto a tratar en tiras de unos diez centímetros y, más tarde, expandirla por todo el terreno trabajado para proceder a continuación a su enterramiento. Esta tarea puede realizarse a mano, pero también es frecuente emplear maquinaria trituradora o esparcidora.
De todas formas, no todos los suelos son aptos para enterrar en ellos los residuos agrícolas. Por las características propias de su estructura, los terrenos poco profundos, pedregosos o compactos no favorecerán la descomposición del material orgánico y en gestión de estos restos no será todo lo eficiente que pudiese llegar a ser.
El tratamiento de residuos es en definitiva una labor fundamental para el buen hacer en la práctica agrícola. Su buena realización puede conllevar beneficios nutricionales al suelo y su ineficiente o nula gestión es un factor de riesgo que acarree consecuencias perniciosas para el medio ambiente.
Imagen principal de Photo Joys.
Imagen central de United Soybean Board.